29 octubre 2007

Yo Genero Conflcitos Parte III

Entonces esperé hasta las 12 de la noche para que se deshiciera el hechizo de cartón número cientotreintamil que me tenía pegada. Nada fuera de lo común, aunque así no lo parecía en un momento, pero bueno… las cosas son como son, y las escenografías cuando son malas se caen, se despintan, duran poco digamos. Eran las 12 de la noche y mi nuevo enconche no me había llamado, más allá de que habíamos congeniado vernos unas horas antes; nada fuera de lo normal, un nuevo rocker necio, una nueva mierda, una nueva pizzita para mí.

Entonces llegué al lugar que era el punto de encuentro con mi amiga Antonella y nos montamos a un 15 que nos llevó hasta nuestro antro preferido. “Seguramente voy a poder encontrar algo para amortizarme, aunque más no sea una birra caliente”. Subimos la escalera larga de la entrada y saludé a Luli que estaba en la puerta.
Estaba todo oscuro, rojo, y con tachas como a mi me gusta que estén los lugares cuando me caen fichas de mierda carajo la reconcha de la madre.
Me encontré con Sam que estaba alterada y en demasía incomodidad. No podía parar de posar. Corría su pelo de un lado y de otro, bajaba y subía su pollera, acomodaba su alforja, se rascaba los brazos, miraba a la nada, miraba a lo todo, entraba y salía del baño cambiándose la pilcha cada 30 minutos aproximadamente… algo verdaderamente sorprendente. Creo la admiré por dos horas. Después se me pasó. Rapidamente.

Nos sentamos enfrente del escenario tomando una birra. Empezó a sonar una banda punk de tres pibas y un loco en batería. No entendí un carajo lo que decían; tampoco la gente que estaba alrededor mío. Había un morocho hermoso a 50 cm mío. Tenía un remera negra que decía (como corresponde) “RAMONES”. Una gorra como de lana negra, “lo mato” pensé. Pensé más cuando me miró y me saludó con cara de orto, como estando totalmente molesto por hacerlo, como si fuese una obligación, pero creo q en el fondo se dió cuenta que yo estaba más odiosa que él. Ariel no me había llamado y tenía ganas de incendiar una carpa y un poema.

El morocho dá dos pasos hacia mí; se para adelante mío con actitud desafiante, y se agacha sin sacarme los ojos de encima. Se agacha y queda a la altura de mi pelvis, y en ese momento elevó una mueca en sus labios hacia la izquierda y se levantó como oliéndome, con gesto de deleite. “Que bueno” pensé, espero no terminar queriendo patearle la cara.
El morocho enfrente mío me agarra la mano y me da una billetera negra. “tomá nena se te cayó”; sin sacarnos los ojos de encima se desarrolla todo el diálogo. “no es mía. Compro escabio”. “que mala persona que sos nena.Yo quiero un fernet”. Una birra y un fernet, éramos cuatro en ese momento, que al rato viramos al baño de chicas, al darnos cuenta de que éramos cinco. En la billetera había un sobre con una sustancia amarronada y de sabor amargamente metálico. Que asco debe estar bueno el mambo de esta mierda. Pensamos. Nos lengueteamos y apretamos un rato corto. Muy corto. “Éxtasis nena, te va?”. La puta madre otra vez pensé.
Tomamos esa mierda y salimos del baño, grata noche no se asomaba el sol. Entonces me pareció ver pasar a Martín. Imposible, pensé. “Lo voy a seguir”…era igual. Que emoción. Martín. Nunca entendí bien como éramos si es que éramos, él esta con su permacultura jipi y yo con mis arterias explotadas de tanta yanta gastada. Puta Madre. Martín hermosos baños hermosos tangos, él me avivó de entrada con la mentira del amor, siempre fue el mejor, y ahora lo tenía por acá, re cerca, estaba caminando con un amigo re careta por todo el salón y yo morí de miedo. Putié a Ariel y me acordé de Pablo. Del Ramonero ya no me acordaba nada, y el paquetito con el polvo estaba en mi cartera. Buenísimo.
En el balcón que dá a la calle lo encontré y fui

a mirarlo. Directamente a mirarlo. A los ojos. Quería ver si tenía el lunar en la nuca, y las rastas podridas de la cabeza. No había nada de eso, como era de esperar. Bruno se llamaba, y mas chico era claro, pero idéntico a Martín, y me dieron ganas de llevarlo conmigo a casa, y no saber nada de Bruno, nada de nada, solo de Martín.
Freak seguramente pensó él de mí, “te puedo amar un ratito?” fue la pregunta que más me emocionó en un tiempo, extraño que me quieran parece, pero todos los chabones todos me resultan siempre descartables… así como yo para ellos, ellos para mí. “no voy a decirte que no” y le acaricié la cara y no era nadie. Nadie. El vacío. Y lo besé muy suave para reconocer los labios de Martín, y ahí sí estaban, pero ahora tenía una argolla plateada que atravesaba el inferior. Lo besé y sonreí conforme, me abrazó hasta como Martín lo hacía, y deslizó su dedo índice de la forma mas delicada posible por el contorno de mi oreja derecha, y ahí se me desprendió una gota del ojo. Deduzco una lágrima de cansancio. Deduzco cansancio al abandono. Deduzco es hora de dedicarme a otra cosa. Hoy no voy a llamar a nadie y voy a apagar el celular. Me voy a meter en la cama y dejarme torturar la conciencia y la culpa. Una semana perdiendo el tiempo. Porque mejor no me pongo a pensar como carajo me voy a matar?

Yo genero conflictos conmigo sobre todas las cosas. El tablero, las fichas, la puta madre, Ariel, Martín, no hay nada… es todo virtual, en esta vida se camina sola señorita escritora, en esta vida dejé de esperar, no existe lo que proyectan para hacerle comprar, gastar, consumir.
Gracias.
Matate Marian.


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